jueves, 15 de marzo de 2012

GUERNICA VII LAS VIOLENCIAS DEL DISCURSO: EL DIA QUE UN RAPERO LE ENSEÑO SOBRE DIGNIDAD A LOS GOTICOS, PUNKS… Y DEMAS GRUPOS QUE OSAN LLAMARSE TRIBUS.

IMÁGENES QUE JUSTIFICAN LA PEREZA DEL PENSAMIENTO




De ahí que Aristóteles se volcara en este asunto, intentando encontrar un criterio que le permitiera discernir con claridad entre estas dos modalidades: por un lado lo que cabalmente es;  por otro lado lo que se limita a participar del ser de otro.
Víctor Gómez. Filósofo


Psicóloga Sandra Milena Casas Herrera





 Al observar las manifestaciones culturales y cambios en el modo de la participación de los jóvenes de otros países, uno se da cuenta con facilidad, que existen latitudes en las que la juventud a renunciado a la impresión facilista que sólo se traduce en una moda al vestir; al contrario y a la luz de la crisis económica que ya afecta países del primer mundo, la juventud opta por renunciar al placer exhibitorio que tiene su máximo momento de estasis en las discotecas, parques y sitios de encuentro.

Un cambio en los ideales y el nacimiento de una preocupación real por el lugar que ocupan las acciones estatales y de los grupos influyentes, en la forma de vivir la democracia, es tal vez, el giro mental que debe suceder cuando la energía adolescente desatada en el vestir y en el parecerse, llega en un momento de la adultez temprana para convertirse ya no en sirvienta de la “tribu” a la cual se pertenece, si no, más bien, en gestora de actos dignificantes;  comprendiendo que todos hemos de perecer y nuestra imagen no trascenderá en un universo del disfraz y la simulación, pero tal vez si persista la acción a tiempo, la preocupación por una ética que logre hacer vulnerable lo ficticio. ¿Para qué?, por supuesto no para hacer desaparecer lo que conocemos como ficción o imaginieria (mucho menos la estética), si no para poner a tambalear lo ficticio mental que es aquello que muchas veces creemos que representamos al adherirnos a los grupos notorios (a lo establecido)¸no por su inutilidad, al contrario, por entender que tienen una utilidad protectora y forjadora de la identidad que solo se justifica en la mente adolescente y que, con muchas razones de peso se desvanece para dar paso a la certeza en el comportamiento más allá de la absurda literalidad de vestir como los demás o resaltar cierto tipo de prácticas. 

Lo anterior es un panorama de fondo para ver lo que podría llamarse: su-estéticas del idiotismo colectivo; siendo éste estado de idiotismo más acusado cuando quienes se denomina a sí  mismos como pertenecientes a un grupo (emos, góticos, punks, etc), no son ya adolescentes que busca espacios donde validar y ejercitar su autonomía, si no adultos  jóvenes y, aún más adultos que no han logrado renunciar a su pequeña masa porque es su centro de control, de visualización y expresión. A los colombianos con frecuencia se nos olvida que lo substancial no se  logra por el camino de la teatralidad, sino que al contrario, los movimientos juveniles se han gestado sobre preocupaciones reales acerca de la participación ciudadana y las falencias estatales para mejorar la calidad de vida de la juventud. 


En la Villa, en el parque el poblado, por la carrera 70, en el parque del periodista y el parque Lleras, uno observa la persistencia de los adultos en un discurso que no se da por inclusión de ideales, si no por exclusión de personas. Las conversaciones son las mismas, el fondo no es otro que la justificación de la no acción, argumentando que el estado falla, y que la evidencia de ese fallo, es el grupo del otro; por lo tanto, si se ridiculiza al otro, si se lo saca, se piensa que se hizo algo que crear mayor participación en términos de lo aceptado por el grupo. Es mentira, que uno ayude a fortalecer tal o cual idea mediante la  oposición a un grupo, eso mas bien, es expresión de lo que aun no logramos comprender, eso que se esconde detrás de unos jeans, de un chaqueta de cuero, de la imagen perfecta que me autoriza a estar en tal o cual grupo, no es participación.


En nuestros lugares comunes, no están los adolescentes, esto más que todo porque en nuestra ciudad los accesos al esparcimiento siguen las directrices de distribución de las drogas y el alcohol y, por ende el adolescente queda excluido. Se notan son adultos resentidos, ansiosos de contar porque no pasa nada, pero dispuestos a perder la cabeza en el alcohol con tal de que al otro día no les queden fuerzas de hacer nada. Lógicamente, ni yo ni nadie sale a disfrutar un rato con los amigos con el fin de cambiar el mundo o de producir un cambio social importante; lo cuestionable en el comportamiento de nuestros grupos es que al parecer llegamos al final del argumento, al final de la pagina con acciones y palabras que desautorizan al otro y lo reducen a un monigote vestido (mal vestido lógicamente si no es de una tribu determinada); incluso la palabra tribu se mal utiliza y se la rebaja porque las tribus fueron y son, sistemas de acción social conjunta dentro de un entramado de relaciones entre el poder y el pueblo (son acciones).  Qué lejos estamos de indignarnos por lo que realmente agrede la democracia y se convierte en un obstáculo para el desarrollo personal y colectivo.

Al final cada uno puede vérselas con su ética y su conciencia cada día o, en el caso de algunas personas: nunca porque su narcisismo no les permite poner en un contexto una acción más allá del espejo. Lo que sí me parece patético es seguirnos quejando cuando somos unos adultos con retraso en el nivel de participación social y, lo sufrimos porque como he mencionado nuestra participación ha sido generada desde la exclusión y, desde este punto de vista es poco probable, pensar en mecanismos que tengan impacto más allá de los dos metros en los que me siento con mi grupo.


Somos tan absurdos a la hora de categorizar qué es tragedia humana y qué no lo es: la tragedia en Medellín y, gracias a nuestros días de narco-estética, se relaciona con ser feos, con no tener, con no andarse por los lugares que todos ven, somos incapaces de concebir el placer en términos personales; el placer siempre está subordinado a qué el otro me vea sentir placer, que lo podamos sentir juntos y, pues si no se siente, ¡por lo menos nos vieron! . Lo anterior se ve claramente en nuestra tendencia provinciana de solo salir donde hay más gente y donde uno pueda ser visto. Si no lo vieron, usted simplemente no figuró y eso, al parecer en nuestra ciudad es gravísimo. Los centros de diversión de Medellín se ciñen a esa mentalidad de la fachada, por eso uno ve desfiles completos con críticos a lado y lado de las aceras y, todo el que pasa se complace mentalmente pensando que fuí visto, calificado y aceptado; allí radica la sensación de inclusión social de nuestro pueblo. Esto explica porque nos cuesta aún incluir cuando si es urgente y tiene que ver con el respeto por los derechos del otro (discapacidad, extrema pobreza, victimización, etc.) ; pero ¿cómo preocuparse por la exclusión de las minoría, si estamos en un contexto donde una talla 36 de sostén, excluye a todas las mujeres con talla 32? y estamos bien con eso.


Nos es requisito salir a tomarnos una cerveza y preocuparnos por nuestro lugar como sociedad, pero deberíamos callarnos cuando proponemos fachadas como sustituto del discurso; lo que indigna es que aún (como acotara Jaime Garzón), estamos cómodos con el niño que huele pegante y recoge las botellas a la una de la madrugada, con las riñas callejeras que reflejan nuestra mentalidad violenta y avasalladora. La comodidad en medio de tanto  dolor, carencia y ausencia estatal es una burla a todo discurso de cambio, a toda toma de conciencia. Se pregunta uno a este paso ¿Cuándo nos indignaremos los jóvenes en Colombia?, de pronto el día que nos autorice la mayoría a hacerlo o en un momento en que todos quepamos dentro del mismo  grupo. Estamos lejos de la renuncia a eso placeres exhibitorios y,  posar los ojos en lo que nos agrede realmente como individuos se desvanece en el horizonte.


En cambio, modificaciones importantes dentro de un contexto de participación juvenil, se dan con más frecuencia en las comunas de Medellín más azotadas por la violencia en los últimos años.  Con un telón musical compuesto por reggaeton y hip hop, podes observar proyectos reales para re-dignificar la vida. Ellos comprendieron el valor de una vida, de muchas vidas, de una madre que no ve llegar a los hijos y que a veces no quieren que llegue porque entonces ella peligra, aprendieron a los golpes el valor del dinero que se gane con trabajo, aprendieron que la ira tenía un costo social y emocional tan alto que no podían pagar. En lo personal no me gusta el reggaetón o el hip hop; pero cuando uno ve que estos jóvenes después de sufrir una ruptura en los ideales con respecto a la vida, después de visitar más los cementerios que los colegios, son capaces, sin importar el fondo, de pensar en construir, en participar y de acceder por buenas vías a sus derechos, uno si siente que tienen el derecho a escuchar lo que se les dé la gana (por banal que suene) porque ellos su tarea como agentes de cambio social si la cumplen, por tanto con la fachada pueden hacer a su antojo.


Nadie nos obliga a ser conscientes de las necesidades sociales y del absurdo de las condiciones de desigualdad y la corrupción de este país, lo que si nos hace ver ridículos es meter a la fuerza discursos de cambio en cuestiones que no hacen diferencia ni dentro del closet ni fuera de él. Ni el latex, ni los taches ni los tatuajes reemplazan  la acción, con frecuencia solo enmascaran la quietud, el miedo y la loca carrera por desautorizar al otro.

Jaime Garzón.

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